lunes, 13 de junio de 2011

Alimentos a la Basura

Alimentos a la basura




Escrito por Maria Eugenia Eyras  
'La comida es vida. Pero tiramos más de la mitad a la basura. En su mayor parte, antes de que llegue a nuestra mesa ¿Quién es el responsable y quién paga por ello?'.

Así comienza el reportaje Taste the Waste (Saborea el Desperdicio, en inglés: http://tastethewaste.com/info/film), un documental del ecologista alemán Valentin Thurn, quien ha investigado la magnitud de este despilfarro mundial donde los principales protagonistas son las regiones más desarrolladas del planeta, Europa y Estados Unidos.

Después de hablar con administradores de supermercados, panaderos, inspectores de mercados mayoristas, agricultores, ministros y políticos de la UE, Thurn ha descubierto un sistema mundial de escandaloso derroche de alimentos, en el que todos participan.

Más de las dos terceras partes de este despilfarro, un 70 % del total (más de 500.000 camiones al año) lo protagonizan los productores de alimentos y los supermercados, ambos por tiranía del mercado y antes de que los productos lleguen a la mesa familiar.

Sólo en Alemania, más de 20 toneladas de alimentos perfectamente comestibles se tiran cada año al contenedor. En Gran Bretaña van a la basura 484 millones de yogures sin abrir; 1,6 billones de manzanas sin tocar (27 por persona) y 2,6 billones de rebanadas de pan.

Y la cifra va en aumento…
La sociedad de consumo fomenta el hábito hedonista y caprichoso de comprar cada vez más, para tirarlo a la basura y volver a comprar.

Se pretende que los alimentos estén disponibles las 24 horas del día. Los supermercados tienen constantemente toda la gama de productos en oferta; el pan en las estanterías debe estar fresco hasta altas horas de la noche y las fresas en stock durante todo el año.

Y además, con buen aspecto: una hoja de lechuga marchita, una patata agrietada o una mancha en una piña hace que esos alimentos sean retirados inmediatamente.

También hay que tener variedad de productos en casa y en abundancia, por si acaso se nos ocurre comer algo diferente a último momento, por capricho, aunque luego lo tiremos a la basura sin haberlo consumido.

Los alimentos deben ser bonitos y de apariencia impecable: patatas de igual tamaño, tomates muy rojos, manzanas brillantes… Hacemos la compra sólo una vez a la semana para regresar a casa cargados de alimentos variadísimos que quizás no llegaremos a probar.

Este consumo desenfrenado hace que el mercado facture sumas prodigiosas, por lo que sigue tentándonos con patatas cada vez más perfectas, tomates más rojos y manzanas más brillantes. Cuanto más se tira, más se consume y más suben los precios.

Los supermercados retiran los productos que van a caducar antes de los seis días de su vencimiento, porque los clientes ya no los querrán y temen decepcionarlos y que dejen de comprar.

Y, por esa misma razón, los productores tiran el 50 % de lo que producen a la basura o lo dejan pudrir en los campos, porque los intermediarios no les compran ni las patatas demasiado pequeñas ni las demasiado grandes ni las que tengan marcas, ni los pepinos torcidos (porque no caben en las cajas), ni los tomates que no estén suficientemente rojos, etc, etc…

Sólo de pan se tiran 3 millones de toneladas al año en la UE, ya que se hornea un 20 % más de lo necesario a fin de que el cliente no vea los anaqueles vacíos o para no decepcionar al distraído que viene a comprar en el último momento. La sociedad de consumo fomenta el hábito hedonista y caprichoso de comprar cada vez más, para tirarlo a la basura y volver a comprar.

Los agricultores, que saben lo que cuesta producir estos alimentos, detestan ese despilfarro. En el filme uno de ellos dice: “Todo lo que comemos está vivo, hasta una lechuga. La vida viene de la vida. Tirar alimentos es tirar vida, la vida de otros”.

Felicitas Schneider, del Instituto de Gestión de Residuos de Viena (Austria), una de las primeras en interesarse por este dispendio, afirma: “La gente no es consciente del dinero que desperdicia.

En los hogares particulares se tiran unos 100 kg de comida comestible al año, que les supone unos 400 € y que representa un 30 % del despilfarro global”. Sin embargo, cada segundo que pasa muere de hambre un niño en el mundo.

Se calcula que con los alimentos que se tiran en las sociedades desarrolladas podría alimentarse tres veces a todos los hambrientos del planeta.

Pero eso no es todo. Nuestros hábitos de consumo salvaje no sólo son obscenamente injustos con el resto de los humanos sino que producen efectos nocivos en el medio ambiente y desastrosos sobre el clima mundial.

La agricultura devora enormes cantidades de energía, agua, fertilizantes y pesticidas. Se tala la selva tropical y sus efectos provocan un aumento de más de un tercio en los gases de efecto invernadero.

A su vez, cuando la basura orgánica se pudre en los vertederos, produce gas metano que envenena la atmósfera, con un impacto sobre el calentamiento global veinticinco veces mayor que el del dióxido de carbono…

A pesar de todo ésto, algo comienza a cambiar. Por lo pronto, estamos tomando conciencia de este derroche. Este es el primer paso para evitarlo.
Y mucha gente está ya trabajando en ello: si pudiera salvarse solamente la mitad de la basura evitable, ésto tendría el mismo efecto sobre el clima mundial que el quitar uno de cada cuatro coches de nuestras carreteras.

Organizaciones como los bancos de alimentos europeos trabajan para redistribuir parte de los alimentos desechados a gente necesitada, aunque les resulta materialmente imposible hacerse cargo de las toneladas de residuos comestibles que se descartan.

En Colonia, Alemania, se ha creado la organización Taste the Waste para combatir el derroche alimentario. Por todos lados proliferan los dumpster-divers (buceadores de contenedores), que reciclan alimentos para sí mismos o para otros.

Por su parte, los Freegans conforman un movimiento que propicia una vida basada en una limitada participación en la economía convencional y el consumo mínimo de recursos.

En España la organización Basurillas.org induce al reciclaje de productos en general y de comida en particular.

¿Y qué podemos hacer al respecto nosotros, los ciudadanos de a pie?
Evidentemente, no podemos empaquetar el pan del día anterior y enviarlo a los niños famélicos del tercer mundo.

Pero sí podemos evitar tirarlo a la basura y consumirlo en forma de tostadas, por ejemplo, con lo que evitaríamos que siga subiendo el precio del trigo hasta hacerse inaccesible a los países sin recursos.

Otros consejos: cuando se va al supermercado, no escoger los productos de atrás con la fecha más lejana de caducidad, sino consumir los de adelante con fechas razonables; apoyar a los granjeros locales, para evitar en lo posible la cadena de distribuidores; adquirir sólo frutas y verduras de estación, con preferencia producidas localmente; comprar solamente lo que se necesita, dos o tres veces por semana para calcular mejor lo que de verdad se va a consumir.

Y, en cada aspecto de la vida, practicar la frugalidad, que solía ser la regla de oro de nuestros abuelos: consumir sólo lo imprescindible y reutilizar prácticamente todo.

Cuando esto se haya hecho axioma en cada ser humano del planeta, sólo entonces, estaremos más cerca del mundo justo y sostenible con el que todos soñamos. Δ

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