Varios estudios detectaron restos tóxicos de plaguicidas en alimentos de 
       gran consumo 
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     Millones de argentinos consumen diariamente cereales, 
     frutas, verduras y hortalizas que, en su mayoría, no 
     atraviesan control alguno, 
     o que estarían prohibidos en 
     Europa y EE.UU., por superar los límites permitidos de 
     agrotóxicos. 
PERFIL presenta recientes informes de universidades nacionales que alertan sobre la presencia de venenos invisibles, y que matan. El Estado ausente, otra vez.
PERFIL presenta recientes informes de universidades nacionales que alertan sobre la presencia de venenos invisibles, y que matan. El Estado ausente, otra vez.
     
     VENENO INVISIBLE. Residuos tóxicos de herbicidas, 
     insecticidas y acaricidas fueron hallados en alimentos 
     naturales de consumo masivo en todo el país.
“Come poco 
     y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en 
     la oficina del estómago". Cuando Cervantes dibujó en la boca 
     de su estrecho don Quijote el consejo para Sancho, allá por 
     el 1600, las preocupaciones asociadas a la comida eran 
     bastante más sencillas que ahora: el goloso temía engordar; 
     el hambriento, perecer. 
Pero hoy 
     cada alimento parece esconder un enemigo agazapado. Mientras 
     los padres huyen de la traicionera Escherichia coli y los 
     vegetarianos buscan “sustitutos” de la carne, los 
     científicos se ocupan cada vez más de los residuos de 
     plaguicidas presentes en lácteos, granos, frutas y 
     verduras: un mal bocado que inquieta a los grandes 
     importadores, como la Unión Europea, Rusia y los Estados 
     Unidos, pero parece no indigestar a las autoridades locales.
     
En mayo, 
     la Cámara de Diputados santafesina elevó al Ejecutivo 
     provincial un pedido de informes sobre la presencia de 
     plaguicidas y 
     otros residuos peligrosos en leche materna y en productos 
     lácteos industriales como leche, yogur y postres destinados 
     sobre todo a los más chicos. 
La solicitud se basa en estudios realizados por investigadores del Laboratorio del Medio Ambiente de la Universidad Nacional del Litoral, coordinado por la doctora en Química Argelia Lenardón, sobre muestras obtenidas en el Hospital de Niños de Santa Fe y un hospital zonal del norte de la ciudad.
La solicitud se basa en estudios realizados por investigadores del Laboratorio del Medio Ambiente de la Universidad Nacional del Litoral, coordinado por la doctora en Química Argelia Lenardón, sobre muestras obtenidas en el Hospital de Niños de Santa Fe y un hospital zonal del norte de la ciudad.
En el 86 
     por ciento de esas muestras se halló al menos un plaguicida 
     de alta toxicidad 
     –algunos prohibidos– como heptacloro, aldrin, clordano, 
     dieldrin, endrin y DDT. Según los expertos, los plaguicidas 
     viven decenas de años en la tierra y se trasladan muchas 
     veces con los vientos o son comidos por las vacas junto con 
     el pasto, y así entran a la cadena alimentaria hasta llegar 
     a la leche que se consume en los hogares. 
Gusto 
     amargo. 
     Malezas, insectos, ácaros, gusanos, caracoles y hongos son 
     algunos de los blancos preferidos de los plaguicidas, 
     venenos con apellido (también se los llama “fitosanitarios” 
     o “agrotóxicos”) que cuentan con ejércitos de defensores 
     agropecuarios que invocan el uso y la dosificación 
     responsables de las sustancias y el “período de carencia”. 
     Esto último se refiere al tiempo que, en teoría, debe 
     transcurrir entre la fumigación y la cosecha para que el 
     consumo del producto no sea tóxico. 
El 
     problema es que estas buenas prácticas agrícolas no siempre 
     se cumplen. 
“En algunos productores rurales hay un gran desconocimiento de la normativa vigente y de los plaguicidas adecuados para cada hortaliza o fruta”, explica la ingeniera agrónoma María Gabriela Sánchez, jefa del Departamento de Aseguramiento de la Calidad del Mercado Central de Buenos Aires. Y asegura: “También falta crear conciencia sobre los daños que puede causar en el medio ambiente, al acumularse en suelos y aguas, y sus efectos adversos en el ser humano, ya que muchos son cancerígenos”.
“En algunos productores rurales hay un gran desconocimiento de la normativa vigente y de los plaguicidas adecuados para cada hortaliza o fruta”, explica la ingeniera agrónoma María Gabriela Sánchez, jefa del Departamento de Aseguramiento de la Calidad del Mercado Central de Buenos Aires. Y asegura: “También falta crear conciencia sobre los daños que puede causar en el medio ambiente, al acumularse en suelos y aguas, y sus efectos adversos en el ser humano, ya que muchos son cancerígenos”.
Otros 
     apuntan a la acelerada expansión sojera del campo. 
     “No es casual que la mayoría de las denuncias sean de las 
     provincias de Córdoba y Santa Fe. Estas son las principales 
     áreas productoras de soja transgénica, cultivo que ha 
     provocado un aumento exponencial en el uso masivo de 
     agrotóxicos”, asegura la bióloga y ecologista Javiera Rulli, 
     miembro del Grupo de Reflexión Rural. 
En su último informe, la ONG investiga la relación de los plaguicidas con el aumento de casos de cáncer y malformaciones congénitas, lupus, artritis, púrpura, asma y alergias varias en las principales provincias sojeras. En el último año, dicen, se utilizaron en esas plantaciones unos 160 millones de litros de glifosato, un herbicida de amplio espectro y muy tóxico cuando está formulado.
En su último informe, la ONG investiga la relación de los plaguicidas con el aumento de casos de cáncer y malformaciones congénitas, lupus, artritis, púrpura, asma y alergias varias en las principales provincias sojeras. En el último año, dicen, se utilizaron en esas plantaciones unos 160 millones de litros de glifosato, un herbicida de amplio espectro y muy tóxico cuando está formulado.
El problema inquieta, y ni la espinaca se salva. 
     Científicos de la Facultad de Ingeniería de la Universidad 
     Nacional de Jujuy analizaron este año 37 muestras elegidas 
     al azar, adquiridas en mercados de frutas y hortalizas y 
     verdulerías de la ciudad de San Salvador de Jujuy. 
En todas ellas, los expertos hallaron residuos de zineb, un fungicida de uso masivo y de bajo costo muy utilizado en esa provincia. En el 17,1 por ciento de ellas, el tóxico superaba el límite máximo de residuo permitido en la Argentina, de 3 ppm (3 partes por millón) y el 93,55 por ciento superaba el rango fijado por la Unión Europea.
En todas ellas, los expertos hallaron residuos de zineb, un fungicida de uso masivo y de bajo costo muy utilizado en esa provincia. En el 17,1 por ciento de ellas, el tóxico superaba el límite máximo de residuo permitido en la Argentina, de 3 ppm (3 partes por millón) y el 93,55 por ciento superaba el rango fijado por la Unión Europea.
“Presenta efectos tóxicos agudos en humanos, como 
     dermatitis de contacto, mareos y convulsiones”, explica la 
     bioquímica Graciela Bovi Mitre, jefa del Programa de 
     Detección de Residuos de Plaguicidas de esa facultad. Y 
     añade: “Para la Agencia Internacional de Investigación del 
     Cáncer, pertenece al grupo 3, no clasificable como 
     carcinogénico para los humanos, a pesar de que los 
     investigadores españoles lo denunciaron como tal”. 
     
Poco 
     control. 
     La Agencia para la Protección Ambiental de los EE.UU. (EPA, 
     por sus siglas en inglés) sostiene que la exposición 
     dietaria a los plaguicidas ocurre a través del consumo de 
     alimentos domésticos e importados que contengan residuos de 
     estos químicos y de la ingestión de agua potable 
     contaminada. 
¿Quién controla estos excesos en la Argentina? 
En 2001, el Senasa creó el Sistema de Control de Productos Frutihortícolas Frescos (Sicofhor), cuya puesta en marcha estaba prevista en cuatro etapas, según se indica en su página Web. Por ahora, sólo es obligatoria la primera, que es la identificación de los productos frutihortícolas frescos. La detección de químicos es la penúltima.
Desde el viernes 29 de septiembre, PERFIL llamó siete veces al Senasa para ampliar la información y hasta envió un mail con las inquietudes a la casilla de prensa. Las respuestas llegaron por esa vía dos semanas después.
En 2001, el Senasa creó el Sistema de Control de Productos Frutihortícolas Frescos (Sicofhor), cuya puesta en marcha estaba prevista en cuatro etapas, según se indica en su página Web. Por ahora, sólo es obligatoria la primera, que es la identificación de los productos frutihortícolas frescos. La detección de químicos es la penúltima.
Desde el viernes 29 de septiembre, PERFIL llamó siete veces al Senasa para ampliar la información y hasta envió un mail con las inquietudes a la casilla de prensa. Las respuestas llegaron por esa vía dos semanas después.
Uno de los pocos laboratorios del país preparados para 
     detectar estos residuos tóxicos funciona en el Mercado 
     Central de Buenos Aires, creado originalmente para ser 
     epicentro controlador de las frutas y hortalizas de todo el 
     país. Pero el sistema se desreguló en el ’92 y hoy se 
     controla sólo un 20 por ciento de lo que se consume en la 
     Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano bonaerense. 
¿Qué pasa con el resto de la mercadería? ¿Quién inspecciona?
“No sabemos. Algunos mercados, como el de La Plata, implementaron sistemas de vigilancia: sacan muestras al azar y las mandan al Senasa para que las analice. Algo es algo”, lamenta la ingeniera agrónoma Sánchez, del Mercado Central. Y agrega: “En Córdoba y Río Cuarto están empezando a controlar, y también en el Mercado Fisherton de Rosario. Pero hay un problema grave: los recursos”.
¿Qué pasa con el resto de la mercadería? ¿Quién inspecciona?
“No sabemos. Algunos mercados, como el de La Plata, implementaron sistemas de vigilancia: sacan muestras al azar y las mandan al Senasa para que las analice. Algo es algo”, lamenta la ingeniera agrónoma Sánchez, del Mercado Central. Y agrega: “En Córdoba y Río Cuarto están empezando a controlar, y también en el Mercado Fisherton de Rosario. Pero hay un problema grave: los recursos”.
-¿Cuánto cuesta montar un laboratorio apto para estos 
     controles?
     
-Unos dos millones de pesos, que es el presupuesto 
     anual para equipamiento y mantenimiento de nuestro 
     laboratorio. 
-¿Los productores pueden esquivar los controles?
     
-Técnicamente, sí. No es obligatorio mandar los 
     productos a los mercados ni hacer estos análisis. 
     
Los 
     efectos de los pesticidas en los humanos son directos y 
     pueden ser letales. 
     El barrio Ituzaingó anexo, de la capital cordobesa, es uno 
     de los más complicados. 
Edificado sobre residuos industriales y con una población de 5.000 vecinos, cuenta actualmente con 200 vecinos enfermos de cáncer, mientras que 23 niños de la zona llevan en su sangre alfa hexaclorociclohexano, un poderoso pesticida prohibido en el país, según determinó un estudio realizado en marzo último por la Dirección de Ambiente de la Municipalidad cordobesa.
Durante 20 años bebieron, lavaron y cocieron sus alimentos con agua contaminada con endosulfán y heptacloro –determinado por controles a los tanques de agua– y metales pesados como plomo, cromo y arsénico.
Además, los vecinos luchan contra las continuas pulverizaciones que se realizan sin control en los campos de soja vecinos. “En el suelo se encontró malatión, clorpirifós, alfa-endosulfán y HCB”, detalla el informe.
Edificado sobre residuos industriales y con una población de 5.000 vecinos, cuenta actualmente con 200 vecinos enfermos de cáncer, mientras que 23 niños de la zona llevan en su sangre alfa hexaclorociclohexano, un poderoso pesticida prohibido en el país, según determinó un estudio realizado en marzo último por la Dirección de Ambiente de la Municipalidad cordobesa.
Durante 20 años bebieron, lavaron y cocieron sus alimentos con agua contaminada con endosulfán y heptacloro –determinado por controles a los tanques de agua– y metales pesados como plomo, cromo y arsénico.
Además, los vecinos luchan contra las continuas pulverizaciones que se realizan sin control en los campos de soja vecinos. “En el suelo se encontró malatión, clorpirifós, alfa-endosulfán y HCB”, detalla el informe.
La postal se repite en las poblaciones cordobesas de 
     Monte Cristo, Mendiolaza, San Francisco y en las 
     santafesinas San Lorenzo, San Justo, Las Petacas, Máximo Paz 
     y Piamonte. 
Hallazgo. Una investigación argentina publicada este año en la revista científica Breast Cancer Research determinó “asociaciones positivas entre niveles de pesticidas organoclorados en el tejido adiposo mamario y el consumo de grasa animal y pescado de río”.
El estudio fue realizado por el Laboratorio de 
     Endocrinología y Tumores Hormonodependientes de la Facultad 
     de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la Universidad 
     Nacional del Litoral. Los residuos de plaguicidas fueron 
     encontrados en 76 mujeres que viven en Santa Fe y sus 
     alrededores, no expuestas laboralmente a estos tóxicos, que 
     fueron a hacerse biopsias por lesiones mamarias o tuvieron 
     cirugías plásticas. “Esta gente incorporó el pesticida 
     comiendo”, sugiere el estudio. 
Entre las pacientes, 54 fueron diagnosticadas con 
     carcinoma invasivo y 17 con patologías mamarias benignas. El 
     70 por ciento de ellas tenía una dieta rica en carnes rojas 
     y embutidos. Se trata del primer reporte completo de la 
     Argentina en cuanto a las concentraciones de residuos de 
     organoclorados en mujeres de los últimos 30 años.
     Ximena Pascutti
     Coordinación RAPAL-Uruguay
     NOTA: Este estudio se 
     realizó en Argentina, lamentablemente la mayoría de nuestros 
     países se encuentran en la misma situación de contaminación 
     y en algunos casos esta es aún peor.
      FOTO: perfil.com
MAS INFO: http://noticiasdislocadas.com/ecologia/plaguicidas-prohibidos-lacteos-para-ninos.html
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