Mide 260 kilómetros cuadrados y podría interferir la navegación.
Lo atribuyen al cambio climático.
Más letra para guionistas de cine catástrofe o argumentos para militantes contra el calentamiento global.
El caso vale para los dos grupos. Pero es, en realidad, materia de estudio de un puñado de científicos de los Estados Unidos y Canadá. La del 5 de agosto era una madrugada mansa y sin novedades. El profesor de la Universidad de Delaware, Andreas Muenchow, desayunaba su taza habitual de café, cuando identificó la ruptura, vía satélite, en el centro de su monitor. Entendió que se trataba de otro iceberg a la deriva, recién desprendido de un glaciar de Groenlandia. Pero no era un bloque de hielo cualquiera.
La isla flotante es ahora una señal de alarma y Muenchow el hombre que se lo explica a Clarín : se trata de un rectángulo de 260 kilómetros cuadrados, cuatro veces el tamaño de Manhattan (la ciudad de Buenos Aires mide 202 kilómetros cuadrados). Avanza hacia el océano Atlántico y la esperanza es que finalmente se fragmente, pero ni siquiera Muenchow se anima a predecir qué pasará. “Si no se parte en varios pedazos antes del invierno podría interferir la navegación”, dice el especialista vía mail.
Es la masa helada más grande que parte desde un glaciar del hemisferio norte en los últimos cincuenta años.
Es, además, una reserva de agua dulce poderosa: si se derritiera se obtendría una cantidad de líquido suficiente como para abastecer a todas las canillas de los Estados Unidos abiertas ininterrumpidamente durante 120 días.
El caso –la imagen nunca será más adecuada– divide aguas entre la comunidad científica internacional y Muenchow no se la juega por ningún bando. Mientras unos dicen que el deshielo es parte de un proceso natural, otros lo atribuyen al calentamiento global y denuncian que se derriten los glaciares de Groenlandia. “Tengo muchas preguntas. Esta fragmentación se vio acelerada por la existencia de corrientes cálidas”, explica el científico. “No hay por ahora una respuesta inequívoca. A medida que investiguemos a la isla, entenderemos más”, agrega.
Lo que nadie discute son los datos objetivos arrojados por el termómetro: los primeros seis meses de 2010 fueron los más calurosos que se registraron en Groenlandia en los últimos cincuenta años. Y es común que de los glaciares del norte se desprendan bloques de hielo, pero rara vez tan grandes. “En los últimos años, corrientes marinas más cálidas erosionaron los fiordos a mayor velocidad. Esto provoca rupturas más rápidas en los llamados glaciares de salida, que están sobre las costas”, explica Alun Hubbard, un glaciólogo de la Universidad de Gales.
La Manhattan blanca, mientras tanto, se mueve lentamente a 81 grados de latitud norte y 61 grados de longitud oeste, 620 millas –1.000 kilómetros– al sur del Polo Norte, rumbo a Canadá.
Es un desgajamiento del glaciar Petermann, uno de los dos más grandes de Groenlandia, que a menudo produce estanterías flotantes más pequeñas. El tamaño –dicen que bloques tan grandes suelen ser más comunes en la Antártida– es lo que asombra a todos. Y más a Muenchow, que concluye: “Tiene una profundidad de 600 metros y la altura de medio Empire State.
Pero no sabemos mucho más y ese es el desafío: entender las razones de la existencia de esta isla es un rompecabezas apasionante”.
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