martes, 25 de octubre de 2011

El Secreto del éxito electoral.

Por Luis Alberto Romero  | Para LA NACION
¿Cúal es el secreto de los reiterados éxitos electorales del peronismo?

Probablemente sea que el peronismo es uno y muchos a la vez: en cada momento contiene al grupo gobernante, a su oposición y hasta a una tercera opción. También ha sido muchas cosas diferentes a lo largo de su existencia, lo que lo hace irreductible a las definiciones. Sabemos qué son "los" peronismos, pero no es claro qué cosa es "el" peronismo.


Siempre ha sido un movimiento popular, o mejor, "del pueblo". Contiene a los sectores populares, pero también a empleados, comerciantes, profesionales, empresarios o banqueros. Sólo excluye a la "oligarquía" o a las "corporaciones", que son definidos en términos políticos: los "contreras" o "destituyentes". Basta con el apoyo al peronismo para que una corporación ingrese en el campo del pueblo.

Las otras marcas distintivas son centralmente políticas. El peronismo siempre ha tenido poco aprecio por las instituciones y las formas. Las contrapuso con lo "real", lo sustantivo, a lo que las reglas deben amoldarse. "Salvo la ley de la gravedad, todo se arregla", suele decirse.

El peronismo es un movimiento democrático de líder. La soberanía popular es entendida como una delegación del pueblo en su jefe, que puede realizarse por la vía del sufragio o de la aclamación.

Esa delegación transfiere al líder la totalidad del poder, aunque la Constitución diga otra cosa. Reclamar por la división de poderes o el control de gestión es "poner palos en la rueda".

El peronismo no valora al individuo. No se integra de peronistas, sino de grupos de peronistas organizados en cuerpos: sindicales, barriales, profesionales, estudiantiles, de género.

La "comunidad organizada" aspira a la articulación armónica de esos cuerpos, diferentes pero no enfrentados, unidos por la doctrina y por el jefe.
El principio de jefatura se extiende a todos los niveles del movimiento.

Quien ingresa en la política empieza proclamando su voluntad de conducir. Como entre los pastores evangelistas, la única prueba requerida es la capacidad de ejercer ese liderazgo. Una suerte de desregulación de la política, o una versión del ideal decimonónico de la "carrera abierta al talento".

Por último, quien ingresa en la vida política a través del peronismo aspira legítimamente a combinar el servicio público con el beneficio personal. Ciertamente, no es el único movimiento político en que esto ocurre, pero lo que en otros se practica en un contexto de censura o limitación moral, en el peronismo puede hacerse dignamente.

"Hacer una diferencia" no sólo es un derecho, sino una prueba de la eficacia del jefe y una condición para sobrevivir en un contexto que, pese a la proclamación de la lealtad, está dominado por el principio de la lucha por la vida.

Nos queda por averiguar si esta concepción de la política, respaldada una y otra vez por amplias mayorías electorales, expresa el "ser nacional", como sostienen sus defensores, o resulta una cultura política que puede ser modificada. Muchos no llegaremos a averiguarlo.

© La Nacion
El autor es historiador .

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