El hallazgo se publica en la revista Nature. Podría ayudar a tratar trastornos de sueño.
Algunas plantas florecen en primavera. Otras, en cambio, durante el final del verano. Muchas orientan sus hojas hacia la luz del Sol durante el día y las levantan hacia la noche. Los insectos, como la mosca de la fruta, también tienen sus vueltas: vuelan más durante el día, y durante la noche se encuentran menos activos.
Para los ojos humanos, plantas e insectos son muy diferentes, pero tienen mucho en común : comparten un mecanismo de control de sus “ocupaciones” que ahora fue descubierto por 16 científicos.
Un hallazgo con implicancias –tanto sanitarias como económicas– que se publica hoy en la revista británica Nature .
El descubrimiento estuvo a cargo de los argentinos Marcelo Yanovsky, Alberto Kornblihtt (que forma parte de la Red Europea Eurasnet), Fernanda Ceriani, Paloma Mas, Pablo Cerdán, Micaela Godoy Herz, Juan Cuevas, Esteban Hernando, Matías Rugnone, Sabrina Sánchez, Ezequiel Petrillo y Esteban Beckwith. Junto a investigadores de Estados Unidos, España e Inglaterra, consiguieron desentrañar el mecanismo que opera en el reloj biológico de plantas e insectos.
Hace cinco años, el grupo de investigadores sabía que tanto las plantas como los insectos cuentan con un reloj biológico y conocían algunas piezas que hacen posible su funcionamiento. “Como pasa con los relojes pulsera, hay que desarmarlos si queremos saber cómo funcionan. De alguna manera, eso es lo que hicimos”, contó a Clarín Marcelo Yanovsky, investigador en biología vegetal de la Fundación Instituto Leloir y del Conicet.
Empezaron por buscar en plantas que tenían alteraciones en su reloj. Eran de la especie de la Arabidopsis thaliana , y sus días duraban más de 24 horas . Los científicos se preguntaron qué hacía que esas plantas tuvieran un reloj que atrasaba. Identificaron que tenían alteraciones en la síntesis de una proteína (llamada Arginina Metil Transferasa ) que ya estaba descrita y que se encuentra presente en especies que van desde las levaduras hasta los humanos.
Después, se ocuparon de averiguar por la presencia de la proteína en la mosca de la fruta. Con varios experimentos, que incluyeron un monitoreo con luz infrarroja y el uso de lectores de “microarreglos”, los investigadores corroboraron que la proteína también estaba involucrada en el mecanismo de regulación del reloj de los insectos. Este hallazgo –aclara Yanovsky– puede ser útil para sincronizar mejor los cultivos y, potencialmente, para desarrollar alguna terapia para trastornos del sueño .
“Estamos muy contentos”, resaltó Yanovsky. “ El 90% del trabajo se llevó a cabo en la Argentina , con científicos que están diferentes áreas. La unión hace la fuerza”, opinó.
Los científicos pertenecen a las facultades de Agronomía y de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, al Conicet y a la Fundación Instituto Leloir. Contaron con subsidios de la Fundación Antorchas, la Agencia Nacional de Promoción de Ciencia y Tecnología, y el Conicet, entre otros. Yanovsky y Kornblihtt reciben apoyo del Instituto Médico Howard Hughes de Estados Unidos.
“Desarrollaron un estudio muy original –calificó Diego Golombek, director del laboratorio de cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes y del Conicet, que no participó del trabajo–. No fue un gen más. Encontraron un mecanismo que afecta a los ritmos de moscas y a la plantas. Demuestran que los ritmos circadianos aparecieron muy temprano en la historia evolutiva, como una adaptación a los ciclos del planeta”.
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Para los ojos humanos, plantas e insectos son muy diferentes, pero tienen mucho en común : comparten un mecanismo de control de sus “ocupaciones” que ahora fue descubierto por 16 científicos.
Un hallazgo con implicancias –tanto sanitarias como económicas– que se publica hoy en la revista británica Nature .
El descubrimiento estuvo a cargo de los argentinos Marcelo Yanovsky, Alberto Kornblihtt (que forma parte de la Red Europea Eurasnet), Fernanda Ceriani, Paloma Mas, Pablo Cerdán, Micaela Godoy Herz, Juan Cuevas, Esteban Hernando, Matías Rugnone, Sabrina Sánchez, Ezequiel Petrillo y Esteban Beckwith. Junto a investigadores de Estados Unidos, España e Inglaterra, consiguieron desentrañar el mecanismo que opera en el reloj biológico de plantas e insectos.
Hace cinco años, el grupo de investigadores sabía que tanto las plantas como los insectos cuentan con un reloj biológico y conocían algunas piezas que hacen posible su funcionamiento. “Como pasa con los relojes pulsera, hay que desarmarlos si queremos saber cómo funcionan. De alguna manera, eso es lo que hicimos”, contó a Clarín Marcelo Yanovsky, investigador en biología vegetal de la Fundación Instituto Leloir y del Conicet.
Empezaron por buscar en plantas que tenían alteraciones en su reloj. Eran de la especie de la Arabidopsis thaliana , y sus días duraban más de 24 horas . Los científicos se preguntaron qué hacía que esas plantas tuvieran un reloj que atrasaba. Identificaron que tenían alteraciones en la síntesis de una proteína (llamada Arginina Metil Transferasa ) que ya estaba descrita y que se encuentra presente en especies que van desde las levaduras hasta los humanos.
Después, se ocuparon de averiguar por la presencia de la proteína en la mosca de la fruta. Con varios experimentos, que incluyeron un monitoreo con luz infrarroja y el uso de lectores de “microarreglos”, los investigadores corroboraron que la proteína también estaba involucrada en el mecanismo de regulación del reloj de los insectos. Este hallazgo –aclara Yanovsky– puede ser útil para sincronizar mejor los cultivos y, potencialmente, para desarrollar alguna terapia para trastornos del sueño .
“Estamos muy contentos”, resaltó Yanovsky. “ El 90% del trabajo se llevó a cabo en la Argentina , con científicos que están diferentes áreas. La unión hace la fuerza”, opinó.
Los científicos pertenecen a las facultades de Agronomía y de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, al Conicet y a la Fundación Instituto Leloir. Contaron con subsidios de la Fundación Antorchas, la Agencia Nacional de Promoción de Ciencia y Tecnología, y el Conicet, entre otros. Yanovsky y Kornblihtt reciben apoyo del Instituto Médico Howard Hughes de Estados Unidos.
“Desarrollaron un estudio muy original –calificó Diego Golombek, director del laboratorio de cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes y del Conicet, que no participó del trabajo–. No fue un gen más. Encontraron un mecanismo que afecta a los ritmos de moscas y a la plantas. Demuestran que los ritmos circadianos aparecieron muy temprano en la historia evolutiva, como una adaptación a los ciclos del planeta”.
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